CAPITULO X. UN PLAN PERFECTO
Había apostado fuerte. Me encanta organizar eventos y si son sorpresas para los míos…
Recuerdo las “Bodas de Oro” de mis padres, mariachis, un cura infiltrado con casamiento improvisado, fueron momentos maravillosos e inolvidables
Ahora me tocaba sorprender a un “medio desconocido” muy atractivo y con el que pretendía vivir alguna aventura, a poder ser con final feliz.
Hice un par de llamadas y hasta ahora mi plan estaba saliendo a la perfección. Después de comer envié un mensaje:
“POR FAVOR: SIGA MIS INSTRUCCIONES AL PIE DE LA LETRA”
“VISTA DE MANERA CÓMODA E INFORMAL.
OLVIDESE DE LOS ZAPATOS Y OPTE POR DEPORTIVAS”
“ESPERE NUEVAS INSTRUCCIONES”
No pude resistir reírme sola, imaginaba su cara de “¿Dónde me he metido?” o “Esta tía está loca”. Realmente crear expectación incluso poner nerviosa a la otra persona, a la espera de ver que es lo que tengo preparado, me apasiona.
Quizá porque es algo que siempre he querido saborear en mis propias carnes y que en muy pocas ocasiones lo he disfrutado (¿una vez?, ¿dos?), sea por lo que sea….¡ Me chifla!
Ya tenía su dirección, me envió la ubicación cuando llegó a casa. Tenía unos 20 minutos para llegar.
Una hora antes de salir, volví a enviar otro mensaje:
“UNA VEZ LEIDO EL 1er MENSAJE, NO HAY VUELTA ATRÁS”
Esta vez tuve respuesta:
“ESTOY PREPARADO, ACEPTO LA APUESTA”
Me puse unos vaqueros que compré en Nueva York, muy cómodos y una camiseta un poquito suelta. Cogí la cazadora y el casco. Sí… el casco, esa era mi primera sorpresa. Iba a recogerle en moto.
Después de mis aventuras como “paquete” motero, decidí sacarme el carnet y conducir mi propia moto. Por esa época mi jefe vendía la suya, tenía muy pocos kms y era preciosa, no me lo pensé, aunque tenía bastantes años apenas la había usado. Es una Suzuki Marauder, con aceros cromados. Ya veríamos su cara, con la fama que ya de por sí tenemos las mujeres al volante…cuando me vea aparecer en moto, se le corta la digestión.
Paré en la puerta de su casa y le envié el último mensaje:
“SIN RIESGO, NO HAY GLORIA”
“ESTOY EN LA PUERTA”
Le vi salir buscando mi coche, llevaba un vaquero ajustado y un polo verde oscuro. Cuando vi que sacaba el móvil, supongo que para llamarme fue cuando me saqué el casco. Su cara de sorpresa fue un premio para mí, se acercó con las manos en la cabeza.
- ¿En moto?
- ¿Tienes miedo, vaquero?- reí con ganas, no pude evitarlo.
- No, miedo no. Sorpresa.
Saqué de la mochila una cazadora (se la pedí prestada a un amigo) y el casco que tenía de repuesto.
- Toma, ponte esto por si acaso- le dije guiñándole un ojo.
- No sé si has ido alguna vez en moto pero ya sabes, esto se trata de parecer una sola persona. Eso no quiere decir que te aproveches- le dije riendo mientras me ponía el casco.
Antes de subirse me preguntó:
- ¿Vamos muy lejos?
- Una horita más o menos y un tramo de curvas pronunciadas. Ahh y vamos a montar a caballo.
No le deje contestar, bajé mi visera y le dije que se subiera. ¡Qué sensación! Eso de llevar a un moreno atractivo pegadito a mi espalda era toda una experiencia, noté una sensación en el estómago muy alentadora. Mi imaginación volaba con demasiada rapidez y tenía que centrarme en la carretera.
Después del paseo en moto, hacerle subir en un caballo fue una satisfacción plena.
- ¿Quieres acabar con mi trasero?- me preguntó fingiendo estar molesto.
No pude reprimir las risas. Íbamos paseando entre olivos por la vega de Chinchón, al atardecer y solos. El dueño del picadero ya se había convertido en un amigo después de tantas tardes repitiendo estos paseos por el campo y no era necesaria su compañía.
El paseo dio pie a contarnos detalles mutuos de nuestra ajetreada vida.
Ya estábamos de vuelta cuando le pregunté:
- ¿Una galopada?
- No, por favor, no creo que sepa frenar a “Colín” – era el nombre del caballo castaño y crines negras en el que iba montado.
Tengo que reconocer que hay momentos en que me sale la vena traviesa y no puedo sujetarla, apenas quedaban 300 metros para llegar así que……. Agarré las riendas y le grité:
- ¡Agárrate! – golpeé con los talones a mi yegua mientras jaleaba al animal con la voz.
Sólo escuchaba el ruido de los cascos y de vez en cuando algún taco, no quiero saber a quién iba dirigido.
- Empiezo a creer que debo meditar un poco mejor aceptar tus apuestas- me dijo mientras desensillábamos a los caballos.
- ¡Siento decirte que aún no ha terminado el día!
Me miró de reojo con cara de “me lo dices o me lo cuentas”
- Creo que ya no te queda mucho sufrimiento, al menos “físico” – le tranquilicé.
- ¿Dónde me llevas? Si es que puede saberse.
- Vamos a Chinchón, es el pueblo de mi familia y aunque no he nacido allí también lo considero mío.
- ¡Bien! Es un pueblo precioso, he comido un par de veces en uno de sus mesones.
- Pero hoy lo verás diferente, sube que se nos hace tarde.
Aparqué en una de las callecitas empinadas junto a la Iglesia, las vistas desde allí son preciosas. Nos acercamos al murete a mirar el paisaje, la plaza estaba iluminada, casi había anochecido. Se oían pruebas de sonido.
- ¿Hay música?- me preguntó.
- Sí, da la casualidad que durante este mes se celebra un festival de Jazz, hace un par de años que lo hacen. Vamos a cenar en una mesita de aquellas que ves en aquel rincón con manteles de cuadritos rojos mientras escuchamos Jazz en directo.
- Guauuu! La noche empieza a mejorar – me miró sonriendo, en el fondo se lo estaba pasando “pipa”.
- ¿Vamos? – me preguntó.
Asentí con la cabeza, me cogió de la mano, como si lo hubiera hecho otras veces y echamos a andar.
Todo estaba saliendo tan perfecto que pensé que en algún momento despertaría. Estas cosas solo pasaban en mi imaginación, en esas noches tan largas en las que me dormía entre lágrimas imaginándome vivir otra vida.
- Me has puesto el listón muy alto – sus palabras me sacaron de mis pensamientos.
- No lo creo, eres un hombre con muchos recursos.
Fuimos a recoger la moto para volver a casa, pero antes hice una última parada. Llegamos a la Plaza de Armas, donde con esfuerzo se mantiene en pie el Castillo de los Condes de Chinchón. Apenas hay luz y desde allí ves un cielo estrellado difícil de disfrutar en la ciudad y unas vistas espectaculares del pueblo iluminado en tonos naranjas.
Pocas veces tengo la oportunidad de venir aquí y disfrutar de este momento.
Le miré, observaba todo con interés con el casco en la mano y pensé: “Hazlo. Ahora o nunca. No te va a rechazar y este es el momento y el lugar para un beso inolvidable”
¡A tomar por culo! Allá que voy, parecía que los escasos tres pasos que nos separaban fueran veinte. Fui y sin más rodeos, ¡zas!
- Ya era hora hija, llevo toda la tarde esperando que te decidieras, ya doy por buenas las agujetas que tendré mañana – me habló sujetando mi cabeza con la mano que tenía libre y su boca muy cerca de la mía, la conversación quedó zanjada con otro beso.
Justo en ese momento habría preferido ser yo el “paquete” e ir agarrada a su cintura meciéndonos en las curvas, por desgracia el día llegaba a su fin o eso al menos creía yo.
- Sube a casa y tómate una copa, no es tarde y mañana no tienes que madrugar, ¿no? – me dijo
- No, mañana no tengo que madrugar.
- Tengo un vinito blanco fresquito, de esos que sé que te gustan, esperándonos.
Sonreí.
- No puedo beber, tengo que conducir.
Se quedó unos instantes callado mirándome.
- Eso tiene solución-respondió- No te vayas.